En el rico palacio de Madrid, morada de los Reyes, en una
galería, está retratada esta fiesta con la puntualidad posible. Allí
está el monte o, por mejor decir, peñasco, en cuya cima está el
santuario que deposita en sí una Santa imagen llamada de la Cabeza,
que tomó el nombre de la peña donde habita, que antiguamente se
llamó Cabezo, por estar en la mitad de un llano libre y
desembarazado, sólo y sereno de otros montes y peñascos que le
rodean; cuya altura será de hasta un cuarto de legua y cuyo circuito
debe ser poco más de media.
En este espacioso y ameno sitio, tiene su asiento siempre
verde y apacible por el rumor que le comunican las aguas del río
Jándula que, de paso, como en reverencia, le besa las faldas.
El lugar, la peña, la Imagen, los milagros, la infinita gente
que acude de cerca y de lejos, el solemne día que he dicho, la hacen
famosa en el mundo y célebre en España, sobre cuantos lugares las
más extendidas memorias se acuerdan”.
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